martes, 15 de diciembre de 2009

No todos quieren la paz en Oriente Medio




No debería estarlo nadie. No hace falta ser Donald Trump para saber que el arte de la negociación comienza con un entendimiento de lo que quieren las partes. Sin embargo, por más de medio siglo, los políticos y diplomáticos occidentales han basado todo en un espejismo: la creencia de que porque nosotros vemos la paz como un beneficio, todos en Oriente Próximo también tienen que verla de esa misma manera.

Este supuesto es obviamente más falso respecto a Hamás que ha gobernado Gaza con mano de hierro desde que Israel se retiró de ese territorio en 2005.
Los líderes de Hamás han sido sinceros: ellos están librando una yihad, una guerra santa. Su meta es la aniquilación de Israel, nación infiel que ocupa un territorio que Alá había legado a los musulmanes.
Una solución de dos Estados o cualquier otro tipo de compromiso es impensable.

Bajo la suficiente presión, Hamás aceptará una tregua temporal como una manera de ganar tiempo para reconstituir sus fuerzas. Pero presionar lo suficiente a Hamás es problemático, según lo que cuenta el recientemente publicado Informe Goldstone de la ONU en el que se acusaba a Israel de cometer crímenes de guerra por haber respondido a varios años de incesantes ataques de misiles con una ofensiva militar; una que fue prudente y limitada bajo cualquier estándar objetivo.

Claro que la gente seria no prevé negociaciones Israel-Hamás, más bien conversaciones entre Israel y Abbás –que mantiene un precario control de Cisjordania– y que el presidente Obama quisiera ver en marcha otra vez.

Pero cualquier acuerdo que Abbás pueda alcanzar con Israel, no importa lo ventajoso que sea para el palestino medio, sería denunciado por Hamás no solamente como un mal arreglo sino como un acto de traición y apostasía.
La vida de Abbás estaría en peligro. Si usted estuviera asesorando a Abbás, ¿qué le diría? Probablemente, que hiciera exactamente lo que está haciendo: embolsarse cualquier concesión que los americanos puedan sacarles a los israelíes al mismo tiempo que las desestiman como lamentablemente insuficientes; negarse a negociar, pero entre bambalinas, trabajar con los israelíes en asuntos de seguridad –especialmente la propia– y de desarrollo económico. Por lo menos, eso puede evitar que Hamás gane más terreno.

En cuanto a los vecinos de Israel, se trata de regímenes no democráticos, por tanto, para ellos, los aliados son agradables pero los enemigos son esenciales. ¿Hacia dónde más podrían desviar el descontento popular? Por ejemplo, Arabia Saudí: Israel demostró hace mucho tiempo ya ser el mejor enemigo de los saudíes, tanto confiable como valioso. Los saudíes saben que no se enfrentan a ninguna amenaza real de Israel, pero el odio contra Israel es algo a lo que los clérigos wahabitas –cuyo apoyo teológico necesita la Casa de Saud– pueden dedicarse de lleno durante los sermones de los viernes ¿Por qué iba un príncipe saudí a cambiar eso por una invitación a cenar en Jerusalén?

Claro que uno puede hacer las paces con Israel y no comer con los judíos. Egipto es la prueba viviente de ello. Después de alcanzar un acuerdo con Israel en 1979 y de recuperar toda la península del Sinaí –un territorio tres veces más grande que todo Israel– los islamistas asesinaron al presidente egipcio Anwar Sadat en 1981. Su sucesor, Hosni Mubarak, comprendió que las relaciones diplomáticas de Egipto con Israel nunca deberán ser relaciones normales y de amistad. Hay un flagrante antisemitismo muy extendido en Egipto. (Vea, por ejemplo, este video de MEMRI TV).

También tenemos esto: la tensión en Oriente Próximo mantiene el precio del petróleo más alto de lo que estaría si se diera un estado de paz duradera.
Por tanto, cualquier país que dependa de las ventas del petróleo –por ejemplo, Rusia– se beneficia del conflicto mientras éste se mantenga a un nivel de baja intensidad. Unos precios más altos del petróleo por una parte y por otra, paz para los judíos y los árabes: ¿cree usted que Vladimir Putin lo tiene difícil para decidirse?

En cuanto a los gobernantes islamistas de Irán, la vehemencia de su yihad contra Israel les da legitimidad e incluso la probabilidad de liderazgo en el mundo suní. ¿Hay alguna forma mejor de que un régimen chiíta lo logre? Al igual que los dos grupos terroristas que Irán patrocina –Hamás (suní) y Hizbolá (chiíta)– los gobernantes de Irán no tienen el menor interés en planes diplomáticos occidentales como el del "estatus final para una solución de dos Estados".

Por supuesto que Estados Unidos e Israel desean firmemente la paz. El conflicto crónico –el estado natural de la mayor parte del mundo a lo largo de la mayor parte de la historia– es incómodo de soportar para las naciones libres y democráticas. Pero con tantos actores clave oponiéndose a la paz, no hay forma de que Israel, incluso con el vigoroso apoyo de Estados Unidos, vaya a alcanzar un acuerdo duradero con sus vecinos musulmanes en un futuro próximo. Esto no significa que la situación no pueda mejorar.

La Autoridad Palestina de Abbás parece estar cooperando muy de cerca con las Fuerzas Israelíes de Defensa en la ofensiva contra terroristas y criminales. Y una mejorada situación de seguridad está entre los factores que contribuyen a una nueva y notable vitalidad económica en Cisjordania.
Netanyahu llama a esto la búsqueda de la "paz económica". ¿Podría dar resultado con el paso del tiempo, persuadiendo a más palestinos –y a palestinos con mayor poder– a aceptar la paz como su objetivo y desafiar efectivamente a los opositores de la paz? Sí a lo primero; y aunque lo segundo es más dudoso, no es imposible. Pero ¿por qué no alcanzar ahora lo que se pueda alcanzar ahora? Sin duda, cultivar un pequeño oasis es preferible a perseguir un gran espejismo.

©2009 Scripps Howard News Service
©2009 Traducido por Miryam Lindberg
Clifford D. May
, antiguo corresponsal extranjero del New York Times, es el presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias, institución investigadora dedicada al estudio del terrorismo
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Autor: Clifford D.May
Fuente: Libertad Digital

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