Si hubiera que destacar tres discursos de Sarah Palin, habría que remitirse a los que pronunció en septiembre de 2009 en Saint Paul (Minnesota) y Hong Kong, y al del pasado 6 de febrero en Nashville (Tennessee).
Con el primero de ellos se presentó ante la Convención Republicana y se hizo popular en todo el mundo; con el segundo regresó al primer plano de la política, luego de su dimisión como gobernadora de Alaska: además, acuñó el término common sense conservatives; el tercero representó la unión entre la ex candidata a la vicepresidencia de EEUU y el movimiento Tea Party, no en vano lo presentó en su convención.
Y si hubiera que quedarse con uno sólo, me decantaría sin dudarlo por el último, el más comprometido políticamente.¿Qué atuendo llevaba puesto para la ocasión? Pues un austero pero elegante traje de chaqueta oscuro en el que lo que más destacaba era... ¡el pin que lucía en la solapa con las banderas de Estados Unidos e Israel juntas!
Tradicionalmente, la relación entre Estados Unidos e Israel ha sido firme como una roca. Tanto, que si no fuera por la fortaleza del respaldo estadounidense a Israel, éste muy posiblemente ya no existiría. Abrumado por una superioridad demográfica árabe que le sobrepasa por todos los lados, el pequeño milagro israelí refulge en Oriente Medio como una luz en medio de la oscuridad, atrayendo todas las miradas, incluso las más cargadas de odio.
Hasta ahora nadie dudaba de ese apoyo norteamericano a Israel. Hasta ahora, o, por mejor, decir, hasta la llegada a la Casa Blanca del presidente Obama.Estamos asistiendo a una grave crisis diplomática entre Washington y Jerusalén; crisis causada por Estados Unidos a raíz del anuncio de Israel de que seguiría construyendo viviendas para sus ciudadanos en la capital. Rápidamente, algunos voceros de la Casa Blanca aprovecharon para cargar contra Israel, cuya actuación calificaron de "afrenta" e "insulto" a EEUU.
Y el mundo árabe asiste complacido al espectáculo.Lo peor es que no se trata del desafuero de un oscuro funcionario de la Casa Blanca, sino algo que parece va a ser la norma de la nueva administración: acusar siempre a Israel. Norma que no deja de resultar comprensible, si recordamos que el presidente de Estados Unidos se llama Hussein de segundo nombre (por mucho que trate de disimularlo) y que entre sus mentores políticos se ha contado gente como el difunto Edward Said.
No pretendo acusar al presidente Obama de antisemitismo. La verdad es que no creo que lo sea. Pero sí le acuso de partidismo en una cuestión, la de Oriente Medio, en la que lo más fácil es pensar que todo se resolvería simplemente con que Israel no existiera. Entonces, todo el mundo sería feliz y no habría ni refugiados palestinos ni terrorismo islámico.
Cosas que pasan cuando uno pretende ser más inteligente de lo que es en realidad y encima está acostumbrado al método izquierdista de resolución de problemas mundiales: leer el periódico y echar las culpas a la parte que tiene mala prensa.
Si el presidente Obama no es ya un apoyo para Jerusalén, ¿en qué político norteamericano pueden confiar los israelíes? Pues en Sarah Palin. Ella es la única que se está oponiendo frontalmente a la política exterior de la administración Obama: apoya a Israel y se niega a asumir la existencia de un Irán dotado de armas nucleares.
El presidente da pasos y más pasos en la mala dirección; es la claridad de los argumentos de Sarah Palin, que no deja de ponerle en evidencia, lo que sin duda le está impidiendo dar el paso definitivo y abandonar Israel a su suerte.
Ya no es sólo que Sarah Palin haga públicas sus opiniones a favor de Israel en su página de Facebook, con todo lo que eso implica de inmediata repercusión en la opinión pública, no sólo estadounidense sino mundial, sino que es su propio historial en sus relaciones con los judíos de Alaska lo que nos ofrece todas las pruebas necesarias de la sinceridad de la ex gobernadora en esta cuestión.
Y si no, que se lo pregunten al rabí Yosef Greenberg, quien, luego de 17 años de residencia en Alaska, durante la campaña para las presidenciales dijo que, con Palin, el pueblo judío y el estado de Israel tendrían "una gran amiga y admiradora en la Casa Blanca".
Tan gran amiga que, por ejemplo, siendo alcaldesa de Wasilla, quiso acudir a la inauguración de la nueva sinagoga de la ciudad a pesar de que ningún miembro de la congregación había caído en invitarla. Y tan admiradora como para hacer pública, en mayo de 2008 y como gobernadora, una declaración oficial en la que celebraba el 60º aniversario de la fundación del estado de Israel.Estos son gestos que, de haber querido, podría haberlos evitado, pero no quiso.
Antes al contrario, estuvo encantada de hacerlos y de que se conocieran. Como estuvo encantada de lucir un pin con las banderas estadounidense e israelí en un lugar en que nadie las habría echado en falta si no las hubiera llevado. Ya sabemos que obras son amores y no buenas razones, y Sarah Palin ha demostrado su amor por Israel.
Ahora ha tomado la defensa de ese amor, que ha sido siempre el de su país, y la ha incluido entre las cuestiones que considera de cajón, "de sentido común", dando así al apoyo a Israel un significado político que muy posiblemente no haya tenido entre los estadounidenses desde los tiempos de Golda Meir y Moshé Dayán.
¿Sabrán los estadounidenses hacer suyo ese apoyo y advertir a sus dirigentes de que ese camino en el que están empeñados no lleva a la paz sino, antes al contrario, a la guerra? ¿Podrá Sarah Palin evitar que Estados Unidos abandone a Israel? ¿Celebrará el estado de Israel el centenario de su fundación? Yo confío en que sí. Confiemos todos juntos, pues.
© Semanario Atlántico
Autor: Bob Moosecon Conservador en Alaska.
Fuente: Libertad Digital
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